SIN SABER DE LETRAS
Se paseaba de abajo a arriba y de arriba a abajo sin que nadie le prestara atención, su desaliñe era tan evidente que no entendía por qué no era más visible.
Después de mucho observar el panorama, me animé a preguntar por qué un gallo Indio de unas siete libras, de plumas desarregladas, patas grotescas, pico doblado y sin cola, andaba como perro por su casa sin que a nadie le importara.
La pregunta parece interesante. Sin embargo, la respuesta fue mejor: Ese es el “gallo del maleficio sin cola”... todos respondieron a una sola voz.
¿El gallo del maleficio sin cola, cómo así? Volví a preguntar.
Si, así es. El haitiano Sanó, el gallero, estaba cansado de que le robaran sus gallos y gallinas. Una mañana, después de salir a buscar por varias horas uno de sus mejores ejemplares y no encontrarlo, salió del barrio y llegó al final de la tarde con el animal más arriba descrito debajo del brazo.
Cuentan las malas lenguas que aquel gladiador de lidias de mala apariencia, feo como ningún otro y sin cola, fue hechizado con un conjuro que fue vociferado a los cuatros puntos cardinales: ¡Cómanse ese...! y que cuando el propietario lo soltó, inmediatamente se convirtió en el temor del lugar.
El maleficio sin cola ha vivido tanto tiempo en el lugar que pasa desapercibido por todos y lo mejor del asunto es que nadie se atreve ni siquiera a quedarse mirándolo por ninguna razón.