SIN SABER DE LETRAS
Por todas partes del país, existen historias de aventuras protagonizadas por amigos inseparables que viven juntos desde la infancia o temprana adolescencia; ocurrencias que han marcado, de una manera u otra, sus formas de ver y enfrentar las adversidades.
Muchas veces, cada participante tiene un punto de vista de los hechos ocurridos que entra en contradicción con otro de los participantes. Sin embargo, para este relato tuve la oportunidad de conversar con los involucrados y todos coincidieron en lo mismo.
Con las manos llenas de pescados de buen tamaño, ya preparados para ser cocinados, y en compañía de sus amigos, llegó uno de los susodichos a su casa una mañana, casi tarde, y se los entregó a la madre para que sirvieran de compaña de la comida que estaba en proceso de elaboración.
La pregunta obligatoria era la procedencia del manjar, a lo que el amigo informó que fueron pescados en su regreso de la propiedad familiar de uno de los mozalbetes.
Ese hecho no llamó la atención, ya que, en ese camino, hay que pasar por lo menos dos ríos de cierta importancia, pero al rato, la señora ordena al muchacho lavarse los pies y éste le dice de mala gana: –¡Pero mamá! Me lavé los pies en la cloaca.
Esa fue la tarde del milagro de los peces de mala procedencia. Todos salieron volando en direcciones inimaginables y lo mejor de todo, por mucho tiempo, nadie se atrevió a hablar del asunto porque –el sólo hecho de mencionar la palabra pescado en el lugar– era motivo de reprimendas y castigos de dolor.