SIN SABER DE LETRAS
Siendo aún adolescentes en busca de personalidad, los muchachos del callejón organizamos un viaje al campo. Eran tiempos de travesuras; fue tanto nuestro rendir en el vehículo que nos transportaba que escuché a una señora decirle a otra cuando llegamos al parque de la ciudad, casi como lamento: “en esa guagua había de todo, …hasta un burro”, en franca alusión al fuerte rebuznar de unos de los teenager rutinario de nuestro grupo.
Todo tipo de peripecias hasta llegar al destino, un poblado a unos 20 kilómetros de la común cabecera de la provincia visitada. Ya en horas de la madrugada todos fuimos a dormir.
En la mañana, cercano al medio día, los cuerpos hambrientos comenzaron a pararse de las camas en busca de qué masticar. Ocurrió una de las escenas que recuerdo, Franqueli, el carajito más necio y fresco del mundo se acercó a uno de los nuestros que la bemba casi le llegaba al pecho y le preguntó —¿Qué te picó?
El pana, que no entendía, preguntaba aturdido —¿Queeé eeeh? A lo que inmediatamente era interpelado por la voz burlona de mantequilla ¿Qué te picó? Hasta que nuestras risas alertaron del acoso a nuestro amigo y puso en peligro la osadía del atrevido interrogador.
Somos incapaces de ver en nuestros propios ojos la viga que fácilmente identificamos en los ojos de los demás, porque haciendo honor a la verdad, de los dos personajes que menciono, me declaro en incapacidad de decir cuál de los dos tenía la boca más grande.