SIN SABER DE LETRAS
A pocas horas de tu despedida mortal de este mundo, amigo Mateo, aquel domingo de marzo, parecía insuficiente ante ti el cuarto de madera que contenía tu cuerpo físico en el Aula Magna de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
La expresión de dolor en el lugar que una mañana de noviembre de 2010 te abrió las puertas triunfales que más adelante te llevarían a manejar la academia de educación superior más vieja del nuevo mundo, se resistía a creer que estaba ante la infortunada partida de uno de sus grandes hijos.
Allí, amigo Mateo, ya tu cuerpo inerte, sin fuerzas para levantarse, parecía que no volverías a levantarte. En silencio, aproveché para despedirme de ti y recordé la mañana de agosto de 1993, cuando me recibiste siendo yo a penas un becado, con palabras de padre, en la Facultad de Ingeniería y Arquitectura, donde por tres años compartimos labores. Me despedí con tristeza del ser humano ejemplar, incansable trabajador y amigo solidario, porque, a pesar de todo, eso siempre fuiste.
Aunque a mi no me corresponde, humildemente te pedí que a tu llegada al cielo te integraras al Consejo Supremo Celestial, donde de seguro, hay muchos otros como tú.
Adiós amigo, ve y sube como fuiste, sereno y lleno de paz, ve y llena el cielo de tu energía, que aquí trataremos de seguir tu ejemplo, mientras me despido de ti, amigo Mateo.