SIN SABER DE LETRAS
En primaria presencié unas cuantas peleas, algunas poco bélicas; pero otras muy memorables. Es bien sabido por todos que es un riesgo pelearse dentro del recinto escolar por el asunto de las amonestaciones, querellas a los padres, castigos o cosas como esas, por eso frases como: nos vemos afuera, cuando salgamos ya tú sabes, las clases se terminan...no te apures, entre otras, son tan conocidas y familiares en ese ámbito.
En el bachillerato, eran menos frecuentes esos épicos acontecimientos, no sé si porque habíamos crecido y madurado. Una tarde estando fuera del plantel, vi un muchacho con pinta de hombrecito y un sólo brazo que llamaba homosexual a uno de los alumnos que salía y se le acercaba con marcadas intenciones de golpearle.
Después de unos minutos de estudios entre ambos, el joven con un sólo brazo amagó con el hombro que le faltaba la extremidad al estudiante, acción que fue mal anticipada por este y se agachó dejándolo prácticamente a merced del brazo hábil del atacante trayendo como consecuencia una tremenda trompada en plena cara.
Sólo eso bastó para dejarlo inconsciente y las palabras lapidarias del joven discapacitado aún resuenan en mi cabeza: “...es pólvora que tengo en el puño...” Pero yo diría que no era pólvora porque no fue explosivo el impacto, sino demoledor, un golpe dado con el puño de hierro de un tipo que parecía indefenso, sin embargo resultó ser tremendo gladiador.