SIN SABER DE LETRAS
Al cumplir 15 años no me hicieron una gran fiesta como se acostumbra a hacer con las jovencitas, pero sí me hicieron algunos regalos significativos. Recuerdo que mi padrino me regaló un corte de tela de dril de color gris para que me confeccionara un pantalón.
En esos años estaba de moda el famoso “Pantalón Pachuco”, un pantalón en forma de triángulo con abundante tela, muy ancho arriba en las piernas y estrecho en los ruedos o más bien tubito, como era conocido por todos. La pieza la confeccionó el mejor sastre del oficio de la zona y, efectivamente, el resultado fue el esperado, convirtiéndose aquel rápidamente en mi pantalón favorito. Creo que no podría enumerar la cantidad de fiestas, actividades y lugares que frecuenté con mi inseparable pieza de vestir; pero como dice el dicho: “la felicidad en casa de pobre, dura poco,”.
Un día, visitando a mi padrino a su trabajo, mientras nos desplazábamos en su motor, se le cayó la gorra que llevaba puesta, a lo que reaccioné lanzándome del aparato en marcha y por infortunio quedó mi pantalón enganchado, produciendo un desgarre en la parte trasera de la pierna derecha, como cuando se empieza a pelar un guineo. Nunca me ha gustado remendar la ropa que uso. Por eso me vi en la obligación de cortar el susodicho; pero con la pérdida de sus largas y anchas piernas, también perdió su encanto y su condición de favorito.