SIN SABER DE LETRAS
Verde era el ocaso de aquel veraniego atardecer. El sonido se confundía con el rugido del agua que marcaba el paso por las inmóviles piedras del hermoso río, que trae a mi, con angustias, el recuerdo de aquella larga cabellera. Era ella, sublimemente bella, terriblemente coqueta, peligrosamente ingenua y ardientemente fría.
Mucho recuerdo de ella y ese momento; su radiante sonrisa, su olor, su mirar de travesura, la inquietud de sus rizos, el campo, los colores, el manto de tranquilidad que cubría el entorno repleto de agua, el piar de las aves, el rocío húmedo del suelo y la interminable caminata por los puentes danzantes de gran altura.
Es tanto que recuerdo, que, aún siento en mi boca el murmullo de su silencio, la negativa de sus labios, el rechazo de su cuerpo y la locura del instante, cuando con un sencillo y tímido gesto rompió la esperanza de compartir su boca y la mía.
Tanto recuerdo que, aún retumban en mi ser las palabras de mi madre: “...eres incisivo y arriesgado, muy arrojado y luchador que solo conocerás el verdadero significado de un no, cuando ese no sea, un no de mujer”. Esa tarde verde de verano, conocí el significado de no.