SIN SABER DE LETRAS
Una memorable experiencia de aquellos días de la pre-adolescencia la viví junto a unos vecinos que visitamos dentro del Parque Mirador Sur un lugar llamado, en aquel momento, Lago Enriquillo, con la intención de alquilar un bote y pasar una tarde increíble.
Luego de hacer la colecta para el pago del paseo, surgió la pregunta del millón: ¿quién remaría? En ocasiones anteriores eso no era problema porque siempre nos acompañaba uno de nuestros padres, u otro adulto.
Cerca de nosotros, un señor alto, esbelto de tez mulata, con gafas, se ofrecía como guía a las personas que así acordaban con él para el oficio de remar. Nuestra poca experiencia y la precoz actitud de una de las niñas que nos acompañaba le invitó a remar para nosotros, a lo que recibimos como respuesta la siguiente interrogante: ¿Pero... Hay propina?
—¡Que propina ni propina, usted se montará gratis en el bote, venga a remar! Fueron las palabras de la niña.
Al ver aquel individuo que no había posibilidad de lograr propina, se marchó dejándonos con la gran incógnita de quién remaría. Gracias a la actitud de aquel señor y el gran espíritu de la juventud, aquella tarde, bajo mucho sacrificio, mi hermano y yo aprendimos a remar; sin embargo lo más importante aprendido fue que muchas veces queremos depender de otros para hacer las cosas, cuando realmente somos capaces de hacer lo que nos propongamos.