SIN SABER DE LETRAS
El 13 de mayo de 2017 se cumplieron 19 años de mi graduación en La Escuela de Diseño de Altos de Chavón como diseñador gráfico, fecha irrelevante si no hubiese sido por una conversación que sostuve por Facebook con mi ahijada de 22 años, Vanessa Reynoso.
La ceremonia fue en la ciudad de piedras, Altos de Chavón, en la Romana, donde asistió mi ahijadita adorada que para ese entonces contaba con tres años de vida. Era una niña hermosa, llena de salud, rosadita, y de pelos cortos chorreados y ojos saltones.
Durante la mencionada conversación le pregunté que si recordaba cómo se había hecho la cicatriz que tenía en la barbilla a lo que respondió rápidamente con un sí que me sorprendió. Recuerda con tanta precisión que pareciera que fue algo que ocurrió recientemente, como estaba vestida, que se había pasado toda la mañana detrás de un monito de juguete que cantaba la macarena mientras chocaba unos panderos que tenía en las manos y movía los pies, como yo y mi madre estábamos vestidos y que después de cortarse solo quería que yo la cargara.
Me dijo que atesora en sus recuerdos más preciados esa huella de infancia, que si no haber pasado, hoy no podría regresar en el tiempo con tanta facilidad. Yo recuerdo la preocupación que nos causó aquella herida, imagínense una niña tan pequeña bajo nuestra responsabilidad, regresarla a su casa con esa marca que llevaría toda su vida, sin embargo, para ella es de gran orgullo decir que gracias a ese hecho ella recuerda siempre la cercanía que tiene desde niña conmigo y mi familia.