SIN SABER DE LETRAS
En toda familia hay personas que se convierten en personajes. En la mía, por parte de mi mamá, Ramón, el sobrino mayor, tiene ese honor.
Siempre se ha sabido entre nosotros que el papá de esos primos era, como se le dice en el argot popular, muy “caprichoso”. Sin embargo, el conocimiento de ese dato no nos da claridad sobre el origen de las ocurrencias que convierten al mencionado miembro familiar en una figura emblemática.
En sus años de independencia, Ramón se mudó en el barrio donde yo nací y me crie y trabajaba en el mismo restaurante donde lo hacia mi papá. Desde ese momento dio señales que lo hacían sobresalir, al grado de llegar a ser una persona sumamente esperada en los lares familiares, pero las aguas se pararon cuando compró su motor Honda C 70.
Las historias de sus andanzas se convirtieron en leyendas urbanas tanto así que él mismo llegó a autodenominarse “Ramón el Veloz”. Describía cómo los vecinos y conocidos quedaban asombrados por su gran destreza y velocidad al volante, asegurando que incluso, muchos de ellos cuando escuchaban el sonido de su moto, y querían salir a verle, le era casi imposible conseguirlo, por lo que generalmente solo podían exclamar: “¡ahí va el Veloz!”.
Después de muchas tertulias familiares donde él se encargaba de colocar el tema y hacia la salvedad de su historia, jamás fue llamado solo por su nombre, de ahí en adelante, en toda la familia y entorno cercano es conocido por sus aventuras fabulosas y su pegajoso mote: “Ramón el Veloz”.