EDITORIAL
Cada año, la llegada del Día del Maestro y la Maestra nos permite dedicar unos momentos a pensar en el papel que los buenos maestros que hemos tenido en la vida han hecho por nosotros.
Como por arte de magia, nos remontamos a esos primeros maestros y maestras que nos enseñaron las primeras letras y a vivir en sociedad. Los vemos como padres y madres, con quienes el primer día ni queríamos quedarnos, pero al cabo de un tiempo nos hacían levantarnos un sábado temprano dispuestos para ir a clases, teniendo nuestros padres que convencernos de que ese día no había clases. En muchos casos estas intenciones se acompañaban de llantos y pataleos.
Luego, la admiración creciente por los que con vocación y conocimientos nos fueron mostrando el mundo, y más que todo, estimulándonos a descubrirlo. De ahí que a los años, repetimos con gusto que “no hay quien iguale a fulano o a fulana impartiendo tal o cual asignatura”. Marcaron nuestras vidas.
De ellos tenemos vocabularios, gestos y sentimientos que nos transmitieron sin gran esfuerzo, solo actuando como plenos docentes, como formadores de futuros hombres y mujeres. Despertaron en nosotros vocaciones, nos dieron las herramientas para seguir ampliando nuestros horizontes. En fin, quedaron en nuestras mentes como estampas imborrables que los hacen reproducirse en cada uno de sus alumnos.
Llegados a la pubertad, vino en muchos casos la movilidad para ir a estudiar a otro lugar, o para emprender una carrera técnica o universitaria, queriendo encontrar en cada maestro nuevo ese dejado atrás que nos motivó tanto, que nos guío en el bello laberinto del aprendizaje. Y volvimos a dejarnos guiar, a dejarnos motivar por maestros y maestras con quienes las jornadas de clases se superaron por una convivencia enriquecedora que llegó a establecer amistades para toda la vida.
Respeto, admiración, cariño, provoca un buen maestro o una buena maestra. Ya de adultos, los recordamos y los veneramos por lo que han hecho por nosotros y por muchos más que son testimonio vivo de sus esfuerzos por contribuir a la construcción de una cada vez mejor sociedad.
Cada quien tiene su maestra o maestro preferido, y en su día, cada uno evoca con nostalgia ese tiempo pasado, al dar gracias a las y los que han optado por dedicar su vida a la noble profesión de enseñar.
Vaya nuestro reconocimiento a cada maestro y maestra, en este día dedicado a su honra.