EDITORIAL
El funcionamiento de una institución universitaria es altamente complejo. Para garantizar la docencia que lleve a los estudiantes a la obtención de un diploma de educación superior, son miles los procesos que tienen que llevarse a cabo, de manera coordinada. Desde los llamados de admisión, el registro, la coordinación académica de miles de profesores y espacios, hasta la dotación de los materiales y equipos necesarios para el desarrollo de las actividades de enseñanza-aprendizaje, para todo se requiere de una administración eficiente.
En el caso de la UASD, que es un ente público; tiene más de 200 mil estudiantes, mayormente pobres; tiene 19 recintos distribuidos a nivel nacional, las complejidades de funcionamiento se acrecientan. Se depende de fondos públicos, nada abundantes, ya que aunque por ley hay establecido un porcentaje para financiar la educación pública universitaria, eso ha sido letra muerta y ningún gobierno la ha cumplido.
Se plantea entonces la necesidad de asegurar que los que desarrollen sus actividades en el seno de la institución educativa actúen en perfecta consonancia. Autoridades, docentes, servidores administrativos y estudiantes deben hacer bien lo que les corresponde. Tienen que hacerlo cumpliendo cada uno con su responsabilidad particular y contribuyendo a que los demás hagan bien lo suyo. Administrar bien lo recibido, para que se destine a lo que corresponde y alcance lo más posible es responsabilidad de todos los sectores involucrados, pero principalmente las autoridades administrativas que representan a la gerencia universitaria.
En eso pueden muy bien ayudar los demás segmentos, haciendo un buen uso de los recursos recibidos y velando por su correcta aplicación. Los empleados administrativos pueden muy bien contribuir con solo hacer sus tareas con eficiencia y dedicación, cumpliendo sus horarios, sirviendo de apoyo a los demás sectores y asegurándose de dar a cambio de su salario un servicio que justifique el pago recibido.
Son los docentes quienes tienen la responsabilidad de planificar y llevar a cabo una labor de enseñanza que verdaderamente contribuya a la formación de sus estudiantes, cumpliendo con sus compromisos de horario, de impartición de docencia y de evaluación de los aprendizajes. Actualizarse, motivar el espíritu investigador de los alumnos, mantenerse actualizado, ejercer la democracia, son atributos que deben adornar a un maestro o maestra
. Si el estudiante exige, hay que dar le. Si el estudiante se conforma con que le den poco, ya sea en forma de conocimiento o de dedicación de tiempo, la formación obtenida será mediocre. Si se conforma con lo que Freire llamó educación bancaria, no habrá profesionalización. Alegrarse por que se fue la luz y se suspende la clase, porque el profesor no llegó o se suspendió la docencia emite malas señales. Participar, opinar, asistir, exigir, estudiar, cooperar, corresponde al estudiante que quiere contribuir al funcionamiento apropiado de la academia.
Sin embargo, al margen de lo que puedan hacer los actores internos, el Gobierno Dominicano está en el deber de cumplir con la obligación de aportar los recursos y la supervisión para que la Universidad Autónoma de Santo Domingo pueda formar adecuadamente a los miles de estudiantes que cursan carreras en ella, en el cumplimiento de su función de “formar críticamente profesionales, investigadores y técnicos en las ciencias, las humanidades y las artes, necesarias y eficientes para coadyuvar a las transformaciones que demanda el desarrollo nacional sostenible, así como difundir los ideales de la cultura de paz, progreso, justicia social, equidad de género y respeto a los derechos humanos, a fin de contribuir a la formación de una conciencia colectiva basada en valores”.