El Arte y sus Manifestaciones (2 de 2)

Jueves, 14 Julio 2016 16:41 Visto 3260 veces
Valora este artículo
(0 votos)

PUBLICADO POR :

Webmaster

victor angel

Víctor Ángel Cuello

El movimiento realista se escindió en dos corrientes: la de los que se dedicaban a la realización en gris de escenas instantáneas de la vida diaria-Edgar Degas, Edousard Manet, Henri de Toulouse-Lautrec-; y la de quienes veían el realismo en color puro.

En las obras holandesas, la cabeza, vista contra un fondo oscuro, destacada sobre ropas oscuras, realizada por una elip­se geométrica de lienzo blanco, parece ser su propia fuente de luz. En el caso del pintor holan­dés Rembrandt, trató esta luz como si iluminase el carácter in­terno. Más tarde, desilusionando a sus amigos y clientes, su bús­queda le apartó de la pintura que todos podían entender, hacia una visión introspectiva, como si es­tuviera pintando no lo que veía ante sí, sino lo que existía en los rincones remotos de su mente.

Podemos tomar como ejem­plo una obra del pintor francés Nicolás Poussin (siglo XVII), don­de figuran unos pastores de Arca­dia. Cualquiera de nosotros que es capaz de mirar con interés a una obra, podrá ver unas figuras con ropajes en medio de árbo­les y rocas en un paisaje despe­jado. En la obra de Poussin ca­da detalle, cada gesto está dic­tado por alguna referencia a la literatura clásica y, aunque nos guste la pintura, en realidad no podemos entenderla tal y como la entendía Poussin, si no hemos recibido una educación clásica. Sin entender tales referencias, las figuras de Poussin pueden pa­recer rígidas y artificiales, pues han de ser forzadas a ajustarse a fuertes ideas preconcebidas.

Quienes amparaban las obras de arte que pintaban la vida y el quehacer cotidiano eran los ciu­dadanos banqueros, comercian­tes, expertos, el médico, y el or­febre. Preferían escenas de la vi­da diaria mejor que asuntos to­mados de la mitología clásica, unas veces porque estos no les parecían respetables, pero más a menudo porque carecían de la educación adecuada para acep­tar las convenciones de la poesía y los mitos griegos y romanos. Querían que sus obras fuesen de aspectos serios, prósperos, con sedas, pieles y joyas, tal y como son en la realidad, no demasia­do grandes y, sin duda alguna, para que sus herederos los mi­rasen con reverencia. En Fran­cia, los hermanos Le Nain eligie­ron sus modelos de la vida de la gente del pueblo, y combinaron esto con su interés por la repre­sentación de la luz artificial. El pintor barroco francés Jean Bap­tiste Chardin (siglo XVIII) prove­niente de la escuela holandesa, dio a sencillos bodegones una monumentalidad arquitectóni­ca. Los tonos y planos se des­tacan con precisión científica, y poseen un ligero aspecto de separación. Su composición es siempre firme y fácilmente ana­lizable por geometría.

El pintor inglés George Stubbs fue el observador más científico del mundo natural. Había sido un anatomista en su juventud, y en él se fundía el hombre de ciencia con el artista en un to­do completo, inseparable. To­das sus pinturas están basadas en formas geométricas, y consi­deraba la geometría como par­te tan esencial del mundo, como las personas que retrataba, co­mo sus caballos, sus escenas ru­rales, y sus animales poco comu­nes que eran sus asuntos.

Luego vino una reacción con­tra estas narraciones pictóricas, que era tan emocional como la moda que la había precedido. Los clientes de Tissot eran ricos mercaderes, lo que llamamos hi­jos de sus obras. A los prínci­pes les gustaba encargar cua­dros que los glorificaran a ellos o a sus familiares. Los príncipes de la Iglesia encargaban pintu­ras a la mayor gloria de Dios. El filósofo y el erudito querían que sus retratos fuesen de naturale­za contemplativa, que hablaran de las verdades que yacen más allá del mundo visible.

Por consiguiente, el movi­miento realista se escindió en dos corrientes: la de los que se de­dicaban a la realización en gris, de escenas instantáneas de la vida diaria-Edgar Degas, Edou­sard Manet, Henri de Toulouse- Lautrec-y la de quienes veían el realismo en color puro, sin nin­guna idea preconcebida-Cami­lle Pisarro, Claude Monet, y Pie­rre Auguste Renoir.

Según el filósofo y crítico li­terario alemán Walter Benjamín, en los comienzos del arte occi­dental europeo el polo dominan­te en las obras de arte fue el del aura, el valor para el culto. Por lo tanto ¿Qué caracteriza esen­cialmente a la obra de arte do­tada de aura? Como la aureo­la o el nimbo que rodea las imá­genes de los santos católicos, o el contorno ornamental que en­vuelve a las cosas como en un estuche en las últimas pinturas del pintor neerlandés Vincent van Gogh, el aura de las obras de ar­te trae también consigo una es­pecie de efecto de extrañamien­to-diferente del descrito por Bre­cht-que se despierta en quien las contempla cuando percibe como en ellas una objetividad metafí­sica se sobrepone o sustituye a la objetividad meramente física de su presencia material.

El aura de una obra humana consiste en el carácter irrepetible de se singularidad única.

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.