Es cierto que Báez había heredado un desorden administrativo y financiero, pero en su segunda administración, la crisis financiera alcanzó su clímax. Báez había intensificado la emisión de monedas sin respaldo en oro o en dólares estadounidenses, una práctica que se inició desde los primeros años de la República para cubrir los gastos excesivos que provocaban las continuas guerras contra los haitianos.
Sin embargo, las emisiones inorgánicas de Báez no respondían a esas necesidades nacionales, puesto que el gobierno del vecino país había desistido para siempre de incorporarse la parte oriental de la isla. Las emisiones obedecían al afán de lucro de la nueva camarilla gobernante y sus intenciones de perpetuarse en el poder.
Los fraudes perjudicaron básicamente a los productores norteños y su amplia red de comerciantes. El tabaco era uno de los pocos renglones mercantiles existentes en el país. En la amplia región cibaeña era su principal base de sustentación. Sobre ella nació una incipiente burguesía comercial que en el ámbito de la política se solidarizó con los principios del nacionalismo y el liberalismo político, muy en boga en aquellos años.
Era lógico, pues, que allí se gestara y estallara una revolución de tendencia democrática y progresista y, por supuesto, opuesta al caudillismo en tanto expresión política del atraso de nuestra formación social de entonces, predominantemente precapitalista.
En efecto, la noche del 7 de julio de 1857 se reunieron en la Fortaleza San Luis, de Santiago de los Caballeros, sus principales hombres de armas, comerciantes e intelectuales, y lanzaron un manifiesto donde desconocían al gobierno de Báez y establecían uno provisional encabezado por el general José Desiderio Valverde, quien inmediatamente envió tropas al mando del general Juan Luis Franco Bidó para sitiar a Santo Domingo, iniciándose así la primera guerra civil de la historia dominicana, que al cabo de un año terminó con la derrota y un nuevo exilio de Báez y sus seguidores.
Las tropas de Santiago no pudieron desalojar fácilmente a Báez del poder, quien ahora usaba los fondos públicos para comprar armas en el exterior. Báez se sintió estimulado también por la lealtad a su gobierno mostrada por los regimientos militares de Samaná e Higüey. En ese contexto de evidente empate hegemónico, el gobierno provisorio de Santiago decretó una amnistía a favor de Santana y sus partidarios. El caudillo regresó en septiembre, reorganizó sus antiguas fuerzas y muy pronto pasó a ser el jefe militar de la revolución, con la misión de sitiar la ciudad capital.
Mella Castillo y Felipe Alfau, quienes también estaban exiliados en Saint Thomas, regresaron a mediados de diciembre. El prócer desembarcó en El Limón, de Samaná, plaza esta que junto a la de Santo Domingo concentraba la atención del gobierno del general Valverde. Inmediatamente se puso a disposición del gobierno provisional y contactó al general Eusebio Puello, quien no pudo cumplir con la misión de desalojar a los baecistas de Samaná, dirigidos por el general Emilio Palmentier.
En sustitución de Puello fue designado el invicto general Matías Ramón Mella Castillo para que encabezara un nuevo ataque a la plaza controlada por los baecistas. Días después, el 28 de diciembre, el prócer trinitario informaba al gobierno de Santiago acerca de los primeros combates librados ese día, “cuyo resultado ha sido el triunfo más completo de nuestra parte…Loable y digna de todo aprecio ha sido la conducta de todo el pequeño ejército que tengo a mi disposición. Esta vez también debo recomendar muy particularmente el comportamiento del General Puello”. (71). Parte de Guerra del general Mella Castillo al gobierno de Santiago, en homenaje a Mella., p.242-243.
El invicto Capitán reconoció también la conducta del coronel Juan Suero, quien tenía un “puesto avanzado” junto a otros oficiales y soldados que le acompañaban. El mismo Suero reconoció después que estuvo al servicio del prócer en la revolución de 1857. En su hoja de servicios afirma, refiriéndose al asedio de Samaná, que permaneció “ocho meses sufriendo el cañoneo y algunos ataques… a la llegada del general M.R. Mella como Jefe encargado de la toma de Samaná, habiéndome pasado orden para formar una trinchera en el alto de Coplin...”. (72) - Ibídem, p. 243. Nota 59 a pie de página.
En otra carta enviada al gobierno cibaeño, fechada el 3 de mayo de 1858, el prócer febrerista informaba los detalles que terminaron con la toma de Samaná. Luego de detallar los efectos de guerra que quedaron en su poder, agrega lo siguiente, que revela su generosidad, una de sus grandes virtudes:
“Todos los prisioneros que cayeron en mi poder, entre ellos el General Remigio del Castillo, están en libertad desde el día siguiente del combate”.
“Las tropas no han hecho daño a ninguna persona ni en la población ni en los campos, y las familias que permanecieron en el pueblo con sus puertas abiertas son testigos de esta verdad…
“Todas las familias que han estado en los campos se han llamado para que vuelvan a sus casas.
“Los banilejos que estaban aquí (en Samaná, fcs) de guarnición han sido despachados a su pueblo; en suma, 24 horas después de la toma del pueblo, vencedores y vencidos, todos viven como hermanos”. (73) Ibídem, p. 245.
En otro escrito breve, cuyo tono de victoria salta a la vista, Mella Castillo celebra el triunfo militar alzando su voz: “¡Samaná está en nuestro poder! Luchamos por la libertad y la independencia. Pues ya hemos conseguido nuestro objeto. Este fue el de la revolución del Cibao.
“¡Soldados! Estoy satisfecho de vuestro valor. Ahora os recomiendo el orden y el respeto a los ciudadanos y a los extranjeros, en sus personas y propiedades”. (74) Ibídem, p. 246.
Y en otra breve proclama a los habitantes de Samaná, dirigida especialmente “a todas las familias que andan extraviadas por los montes”, el prócer les recuerda que la revolución cibaeña tenía “por objeto la defensa de la libertad y de la independencia nacional” y que el triunfo del combate había “vencido una de las principales dificultades”; por tanto, las “familias extraviadas” debían reintegrarse y vivir en paz y gozar de los beneficios de la libertad y del trabajo”. (75) Ibídem, p. 247.
Tras la victoria en Samaná de las tropas del general Matías Ramón Mella Castillo, sería recibido después en Santiago con todas las simpatías y los honores de que eran merecedoras sus dotes de patriota y experimentado guerrero. Estando en el Palacio de Gobierno, donde lo aguardaba el presidente Valverde y su Consejo de Ministros, dio cuenta de su misión, mientras el Presidente le felicitaba de la siguiente manera:
“Ilustre General:
“En ningún otro momento me es más placentero representar a la nación que en éste, en que os dirijo la palabra, para felicitaros por el glorioso triunfo de Samaná”.
“Con vuestro valor, inteligencia y patriotismo habéis preparado la pacificación de la República y hecho brillar una vez más el estandarte de la Libertad”.
“Conocedores de vuestro deber como jefe de un ejército no para combatir al enemigo común, sí a algunos de nuestros hermanos descarriados, habéis adquirido un triunfo sin que la República haya tenido que lamentar los efectos terribles de la guerra”.
“Os felicito, pues, por el bello título de pacificador que habéis sabido conquistar”. (76) Ibídem, pp. 247-248.
El prócer tomó su turno, dándole sus más sentidas gracias al presidente Valverde, pero dijo que no merecía tanto. “Como ciudadano, he satisfecho mi conciencia. Como saldado, he cumplido con mi deber. Por tanto, la República no tiene nada que agradecer”. Agregó que se sentía cansado, “pero si se necesita mi brazo, pronto estoy a contribuir a la toma de Santo Domingo”, que aún estaba bajo el control del tambaleante gobierno de Báez.
Después aceptó el cargo que le había rechazado a Santana: el de Secretario de Estado de Guerra y Marina del gobierno de Santiago. Pero el presidente Valverde, dado el estado de enfermedad del general Mella Castillo, le concedió el 31 de mayo una licencia de un mes “para que pueda retirarse de su Ministerio, con el objeto de curarse, puesto que sus dolencias no le permiten por ahora consagrarse a los trabajos mentales, manifestando además que desea pasar a Los Caimitos”.
Mientras el invicto general recuperaba su salud, las tropas de Santana que sitiaban a Santo Domingo obligaron a Báez a negociar su derrota con la mediación de los cónsules extranjeros. Las negociaciones le permitieron a Báez y sus colaboradores ganar algún tiempo para retirarse a su nuevo exilio con todos los bienes del Estado que pudieron robarse.
Santana, por su parte, entró sin mayores dificultades a la ciudad y un mes después, el 27 de julio de 1858, desconocía el gobierno de Santiago que había sido legitimado con la Constitución de Moca, del mes de febrero anterior.
Inútiles fueron los intentos del gobierno santiagués por resistir este golpe militar, esta nueva traición del hombre en quien había confiado. Santana reorganizó su antiguo ejército en todas las comandancias y consolidado de nuevo en el poder, puso otra vez en vigencia la Constitución despótica de 1854. El error de haber llamado la bota del espadón y colocarlo al frente de las operaciones militares contra Báez, hicieron abortar la revolución norteña, segundo movimiento de la clase media por cristalizar las ideas de los trinitarios.
Se inició así el cuarto y último gobierno de Santana, envuelto en una lúgubre situación económica originada por las constantes guerras y por la corrupción gubernamental. Como consecuencia de la crisis, la moneda dominicana fue nuevamente devaluada, medida que fue rechazada por comerciantes y cónsules extranjeros, quienes salieron del país y regresaron con barcos de guerra en actitud desafiante, situación que obligó al gobierno a derogar la medida por otra menos perjudicial para los intereses foráneos.
Otra amenaza exterior que enfrentó el gobierno de Santana fue la del antiguo cónsul francés en Puerto Príncipe Maxime Raybaud, quien vino en octubre de 1858 a proponer, en su calidad de emisario del emperador Soulouque, que si el país no se reincorporaba a la República haitiana mediante un acuerdo, el emperador lo haría otra vez por medio de la fuerza, o de lo contrario, la República Dominicana sería anexada por una potencia esclavista como los Estados Unidos.
Esas gestiones prohaitianas escandalizaron de tal manera al país que el gobierno y todos sus funcionarios se pronunciaron contrarios a las advertencias del emisario haitiano. Mella Castillo se hallaba en Puerto Plata como Comandante de Armas y, junto con las principales personalidades de la ciudad, su voz y su actitud de defensa a la República no se hicieron esperar. Se sabe que el gobierno hizo regresar a Haití al intruso diplomático con las manos vacías.
La amenaza de una nueva invasión haitiana sirvió de pretexto al gobierno para precipitar las gestiones encaminadas a entregar el país a cualquier potencia extranjera. Con ese propósito partió hacia Madrid el 21 de octubre de 1858, el ministro Miguel Lavastida y casi simultáneamente, Santana llamaba a un agente comercial de los Estados Unidos para informarle su disposición de facilitar el arrendamiento o la venta definitiva, a particulares de la gran nación, de la península de Samaná. Acosado por la carencia de fondos, Santana otorgó concesiones a compañías de capital inglés y francés para la explotación maderera y de las minas del país, con la condición de que los beneficiarios hicieran pagos en efectivo en los primeros meses de firmados los contratos.
El caudillo seibano estaba decidido a entregar los recursos del país a los extranjeros, pensando que así podía detener otra nueva invasión militar haitiana que, por fortuna, habían cesado para siempre desde enero de 1856. Las gestiones secretas que desplegó ante el gobierno español en pro de la anexión causó la ruptura política definitiva entre Mella Castillo y el caudillo montaraz.